El Último Pozo.

…Hoy debía sellar el pozo, mi casa ya estaba obligada a estar conectada a la cloaca. El municipio ya no esperaría, y entrarían por la fuerza a sepultar el pozo donde iban mis desechos…
I
La pesadilla me despertó, aún mi mente olía a horno industrial a gas…¡Cosas del oficio!

El terrible sueño denunciaba el examen de biología de tercer año; fui desnudo a la Escuela Media N° 1 y la directora con sus enormes bigotes me besaba las mejillas, dejando cráteres por los martillos neumáticos prominentes de su bellosidad maligna.
En esos instantes, entendí, que estaba sin mis materiales de estudio. ¡Desarmado, sin ropa y sin conocimiento me sentaba frente a la mesa examinadora!
II
De allí, por el efecto onírico que ostenta de forma arrogante la mecánica cuántica, salté en un viaje de milisegundos apareciendome en el hogar de la hermana de mi madre.
La casa estaba en Bossinga y Cambaceres, pero no era el barrio, ni siquiera la mismísima casa.
Reconocí el aroma pestilente del pozo que cobija en su seno la vivienda. Perfumaba todo el barrio, el olor llegaba, recuerdo bien, hasta el Club Náutico.
¡Eureka estaba en casa de la tía! ¡La mierda de la familia se extendía por lo menos hasta 6 manzanas! Toda la calle Cambaceres sabía que la familia vivía allí y todo lo que hacían; las cenagosas costumbres familiares tenían arraigo en el pozo.
III
El tío Emilio narcomenudeaba por toda la ciudad. El 60% del cash se iba para la intendencia del Beto.
La Tía Amalia pasaba quiniela y llevaba un extenso y grueso libro con los pagos realizados a la primera, segunda y tercera. Toda la cana estaba fascinada con las escrituras de ese libro ¡Una verdadera novela matemática! Un sinfín de números y códigos escondían la trama de los personajes guionados y fecaloides que hacían de La Ensenada una ciudad fiestera, clandestina y jugadora.
Los números de la Tía Amalia pulverizaban la numerología de Pitágoras. Nada de teoremas, solo pagos y reglas de tres simples para deducir ganancias.
IV
Estos elementos reales anidados como aves de carroña en mi pesadilla solo manifestaban el odio a mi ascendencia.
Comencé desnudo en el colegio y ahora en casa de la tía frente a un gran horno industrial a gas.
Nuevamente salté en mi sueño, esta vez sentí vértigo. La arquitectura onírica me mostraba el horno, vi la perilla y un automático.
Cuando lo encendí, como un auténtico profesional inicié mi labor de foguista.
Primero los muebles: mesas húmedas ahogadas de mohosidad; las sillas donde se sentaba la familia para hacer negocios cómodamente; luego la ropa (los dejé literalmente en bolas); la merca y el extenso libro de la tía.
Seguía cómodo, sentado y acalorado incendiado las cosas significativas de la familia.
Y bien de los sueños que se vuelven pesadillas no me asombré cuando aumente el fuego con Amalia y Emilio adentro del horno. El chirrido a piel, carne y huesos quemándose me daban la sensación de purificación y por un momento me olvidé del pozo ciego.
V
Ya despierto me fui a trabajar a la petroquímica. Al regresar de la jornada laboral, me quedé tranquilo. Los dos camiones atmosféricos habían desagotado el pozo, y la putrefacción era enviada a disposición final.
Cómo persona diligente fui al fondo de casa y antes de proceder a rellenar con escombros y sellar con cemento fulminante tiré el libro de Amalia y el último menudeo de Emilio.
Hace años que ellos están en el fondo séptico descomponiendose…no se ve nada…
¡Ahora tengo cloaca! La historia avanza, mi individualidad también.
La familia es cosa del pasado.

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