En la noche que conspira

Penumbras apuñalan el crepúsculo que anuncia la noche, y mis ojos, secos de lágrimas, olvidan su intensa mirada. Mi existencia desvelada, invisible, tiesa y pedregosa huye, porque ya no poseo, y no deseo, la vida que me arrogaba.

Somnoliento y con mis sentidos vertiginosos, me arrojé a un precipicio oscuro, empalideciendo mi piel y mi alma. Cómplice de la ciudad anochecida, despierto, caminé sobre las cenizas del cielo gris, con virtud endemoniada.

A medianoche, sobre la avenida que nunca duerme, veo a mis semejantes, con dolor y rocosos sueños, pobres, harapientos, mendigando historia ¡Sin Suerte!

Como un desconocido, les ofrezco alcohol y cigarrillos. Me detuve en un bar, bebí, fumé y cada línea aspiré, y leí trágicos guiones de antiguas y actuales mujeres.

Ante mi deambulaban desnudas ¡A ellas no las odiaré! No pago por sexo, dije, pero, gratis, sobre ti escribiré…

La arranqué del burdel, no para salvarla, no para amarla, si para verla, describirla, desearla, esculpiendo las letras, cada palabra ¡Como si mis labios se animaran a dibujarla!

Se recostó sobre mí, temblorosa, con tinieblas pétreas. Como si no hubiera ayeres en ella, mareada, amaneció, cicatrizando un día de su existencia.

Y me leyó su vida, su intemperie y catástrofes, donde siempre permaneció. Se fue y a las horas busqué otra en la noche que conspira.

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