Morir por ella

Por Sebastián D. Longhi.

I
Apenas parpadeo, el oxígeno juega perversamente. Se anima a entrar por las fauces nasales y descender al infierno de mis pulmones retirándose velozmente.
¡Me ahogo!
La sangre se me escapa del estómago. Y mi voz da testimonio.
II
Al principio ella venía al bar que administro en calle Iberlucea y Moreno, aquí, en Lanús. Lo hacia solamente lunes y miércoles.
En la tercer semana me habló y mi piel se petrificó.
III
Era pelirroja, de rostro pálido, ojos sinuosos y ondulantes, curvas que podían marear a cualquier mono que piensa y siente cuál hombre posmoderno.
-Hola, soy Andrea- me dijo, y remató: – ¿Notaste que vengo desde hace tres semanas, lunes y miércoles? Ahora que capté tu mirada también vendré los viernes.

No pude reponerme del tono de su voz; sus intensos labios marcaron a hierro caliente cada letra en mi mente. Y el viernes la espere.

IV
La ansiedad colmaba mi sistema nervioso, el frenesí de saber que ella vendría era de extrema exaltación. Pensé «quizás necesite tirarme de un rascacielos para volver a sentir algo si con ella no pasa nada esta noche».
Soy muy desdichado ¿Como esta clase de mujer va a posar sus ojos en este ser asqueroso que solo puede estar a cargo de la caja de un bar del tercer mundo?
Decidí ignorarla, y tuve la seguridad de que no vendría. Se vende tanta cerveza y bebida blanca en este lugar, que, aún siendo abstemio, me he vuelto alcohólico pasivo. Comprendí que estaba borracho; la pelirroja es producto de la atmósfera a Jack Daniels y cerveza artesanal: ¡No existe!

V
Era real, ¡Ella existe! Se quedó en la barra toda la noche, se la pasó rechazando, digo, humillando a inmensos monos atléticos, adinerados, luciendose como si estuviera en modo Nietzsche: ¡Más allá del bien y del mal!
VI
No pude obviar su presencia y como rechazó a los otros. Hablamos hasta las 5 de la mañana. Un sinfín de preguntas puntuales, y con gusto se las respondí.

VII
Padeci creer y poseerla, tal vez la amé unos 6, 7 minutos. Me dormí unos segundos. Fue cuando escuché la campanilla digital de la caja cuando se abre.
Salté del suelo, la vi de espalda, desnuda, hermosa. Su mano diestra tomaba el dinero como si tuviera gula. Me acerqué, tristemente tuve el valor de enfrentarla, y antes de inquirir sobre los motivos de la humillación su mano siniestra clavo una cuchilla…

…oficial…es todo lo que puedo…