SOBRE UN PROLOGO PARA MORIR.

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Por el deseo de otros arribó al mundo, naciendo por el acto de dos extraños, con la hostilidad de un lenguaje equivocado, peregrinando con su sórdida existencia,  lleno de absurdos de una vida que no tendrá sentido, sumergido en la historia que otros escribieron sobre él, despertando cada día, y levantándose de su sarnosa cama para entender ¿Por qué está vivo?

Preguntas, inquietudes que incendian su mente como cuando inhala el humo industrial del cigarrillo, o por sus arterias dilatándose, quemadas por la destilación del más vil   o el indigno y heroico licor que en nada responden sus interrogantes

¿Si no puede entender por qué está vivo, qué sentido tiene la existencia?

Amó un mujer, compartió el fuego puro y delirante de su cuerpo, acarició su rostro, tomó sus manos, con sus dedos embebió el sudor de su extensa piel, palpitando su carne y huesos, ensordeciéndose de esa voz que con poesía lo amara, y en soledad, se sumió en las aguas servidas del goce diabólico que purga al placer ocasional, en bacanales digitales, a un clic de estupidez humana.

Es un desconocido el protagonista, y su novela insólita. Su diario vivir oscila en las alturas del vuelo del buitre, alimentándose de los restos y guerras de otros, a cambio del honorario de una vida sin sueños.

Se dice que al principio de su existencia se creyó cínico, despreció el lujo y las riquezas, incluso orinaba abiertamente en los pasillos de tribunales y despachos de la judicatura, mostrando su enérgico rechazo a la forma de vida burguesa, real y online. La brevedad perruna de su revolución se convirtió en parodia cuando bancarizó los cheques judiciales, comprando cero kilómetros e inmuebles.

De su cinismo solo quedó su aspecto viril a barba, aunque afeitada al estilo hípster y con un serio cuidado para prevenir bacterias. Excesiva pulcritud, finos modales, uso de inodoros, y alcohol en gel.

Quizás el sentido de culpa finalizará su inexistente historia. Es habitual ver en su estudio jurídico el ensayo sobre “El Suicidio” de Antonín Artaud,  y la irrupción en sus neuronas con un subrayado que ostenta la puerta a modo de lapida de su oficina: Para llegar al estado de suicidio, necesito el retorno de mi yo, necesito el libre juego de todas las articulaciones de mi ser. Dios me colocó en la desesperación como en una constelación de callejones sin salida cuya iluminación conduce hasta mí. No puedo ni morir, ni vivir, ni desear morir o vivir. Y todos los hombres son como yo.